Un cortinaje levantado simbólicamente en la puerta de la sala para permitir el acceso, como si fuera un telón que protege una época pasada, introduce al espectador en el lugar donde, junto a las pinturas que componen la exposición sobre Peter Paul Rubens, su taller fue reconstruido escenográficamente con objetos elegidos filológicamente: pinceles, paletas, telas, mesas, caballetes.
Todo impregnado del olor a trementina, uno de los más presentes en los talleres antiguos.